viernes, 9 de diciembre de 2011

CUENTO DE NAVIDAD: Capítulo 3. Emociones...

CLAUDIA se sobresaltó por el ruido del despertador. Lo apagó y se dio la vuelta. Quería seguir soñanado. Había soñado con el hombre de la discoteca. En el sueño, ella estaba en la barra de la discoteca y aquel hombre a su lado. La miraba, le sonreía y se le acercaba lentamente. Esos dos ojos no paraban de mirarla, ni tan siquiera cruzaban una palabra. Con una mano le apartaba el pelo de la cara y entonces la besaba suavemente... Se había excitado mucho...

Lo preocupante era que ya había soñado con él dos días seguidos. Pensó que lo llamaría. Esa era la oportunidad de cambiar no sólo por fuera, sino también por dentro. Por una vez, ella tomaría la iniciativa. Bueno... él le había dado el teléfono, pero ella decidía llamar. 

Una vez en la tienda, sentada tras el mostrador, se miraba el papel una y otra vez... Quería, pero no se atrevía. Decidió llamar por la tarde, que estaría más tranquila. Y la mañana de un lunes no es un buen momento. Al mediodía ya llegó Rebeca, la chica que tenía por las tardes en la tienda. Hablaron un rato y ella se cerró en el pequeño taller que tenía en el almacén. Había llegado la hora. Iba a llamar.

Marcó el número con cuidado de no equivocarse. Y entonces esperó. El teléfono sonaba. Primer tono...¿Qué le iba a decir? ¿"hola soy la chica de la barra"? Eso suena fatal. Segundo tono... Aclaró su garganta para que le saliera la voz sin problemas. Tercer tono... A lo mejor hubiera sido mejor no haber llamado. Cuarto tono... ¿Cuanto debía esperar? Colgó. Había estado una estupidez llamar. Mejor centrarse en su vida y olvidarse de tanta tontería. 

La semana pasó, sin novedades. De hecho ya no pensaba (demasiado) en ese hombre. Pero el siguiente sábado, le pidió a Diana ir a la misma discoteca que el fin de semana anterior con el argumento que se lo había pasado muy bien. No era mentira, pero pensaba que a lo mejor volvería a verlo... Se vistió con unos jeans y una sugerente camiseta de tirantes plateada. La noche pasaba y nada, no aparecía. Las cuatro de la mañana. Algún chico se le acercó, guapo por cierto, pero no quería saber nada de nadie. Bailaba y bailaba y por qué negarlo... lo buscaba. Las cinco de la mañana. No podía más. Fracaso de noche... Se despidió de su amiga que parecía haber encontrado plan para aquella noche. Cogió el abrigo y se dirigió a la salida. Al salir fuera cerró los ojos y respiró profundamente el aire frío de diciembre. ¡Qué placer! Y cuando abrió los ojos, allí delante, apoyado en un coche estaba él. Mirándola con la misma intensidad que la semana anterior. 

El corazón le dio un vuelco. Se puso nerviosa. Se ató el abrigo. ¿Qué hacia? ¿Le saludaba o se largaba sin más? No hizo falta. El fue hacia ella y le dijo:

- ¿Nos vamos?
- ¿Dónde? - dijo toda nerviosa ¿Cómo se atrevía a decirle tan directamente eso? Era una locura... Pero la verdad es que quería ir... ¡Pero si no sabía ni su nombre! 

No contestó, alargó la mano, y ella le correspondió. La acompañó al coche de delante. Era un coche clásico aunque Claudia no era capaz de saber qué modelo. Le abrió la puerta y le hizo un gesto para que entrara. Ella entró. Mientras él daba la vuelta, sin dejar de mirarla, pensó que estaba haciendo una locura. ¿Y si era un psicópata? Debía dejarle las cosas claras. En cuanto subió al coche y cerró la puerta le dijo:

- Oye mira, o me dices dónde vamos o me bajo del coche. Porque claro, entenderás que no es normal está manera de actuar, uno no se va con alguien que no sabe ni tan siquiera cómo se llama.
- Adrián. ¿tomamos una última copa?
- De acuerdo...

Hizo una sonrisa y arrancó el coche. Ella se sintió un poco idiota. Pensaba que eso de hacerse la dura no era su fuerte... Entonces pensó que no le daría más vueltas, que sencillamente se dejaría llevar. De hecho, no por ser prudente las cosas le habían ido demasiado bien. O a lo mejor era el alcohol que la hacía estar más decidida, le daba igual. Él no paraba de mirarla. En un coche, sin música y sin palabras el espacio se hace un poco asfixiante e incómodo. Pero él no parecía nada incómodo, al contrario, se le veía seguro. Claudia se percató de que olía muy bien, no reconocía el perfume, pero le encantaba.

- ¿Por qué me miras así?
-  ¿Te incomoda?
- Un poco...
- Hemos llegado.

La había llevado a un hotel del centro. Pero no un hotel cualquiera, a un 5 estrellas. Uno de esos hoteles de toda la vida. Un botones le abrió la puerta a Claudia que salió tímidamente. Adrián le dio las llaves sin mediar palabra. El botones sólo dijo: "Buenas noches". Estaba claro que sabía quien era ese hombre. A lo mejor estaba alojado allí. O a lo mejor llevaba a todas las chicas al mismo sitio...  Entraron en el hotel y fueron al bar. No había nadie. Normal, a esas horas... Lo extraño era que les sirvieran una copa. Un camarero vino rápidamente.

- Un whisky para mi y ella tomará...
- Un gintonic.

Y se quedaron solos. Mirándose. Ella no sabía que decir. Y el no parecía tener ningún problema en estar en silencio.

- ¿Estás nerviosa todavía?
- No, ya no tanto.
- ¿Me dirás tu nombre?
- Claudia.
- Muy bonito. Dime, ¿te gusta el riesgo Claudia?
- No mucho la verdad...
- Pues estás aquí...
- Sí, pero no suelo hacer estas cosas.
- Claro... Pero te gusta lo que sientes. Ese nerviosismo sube desde lo más profundo de ti hasta la cabeza y te deja con una sensación agradable que no sabes definir. Te pone tensa pero a la vez te engancha... - Adrián le cogió la mano y se la acarició resiguiendo todas las formas y sin levantar el dedo ni un momento. Ahora sí que tenía cosquillas. Se le escapó un suspiro más profundo y él levanto su mano y se apartó. Había llegado el camarero.

- Gracias Juan - ¿es que conocía a todo el mundo?
- Veo que te conocen mucho por aquí...
- Un poco.- dijo con una leve sonrisa.
- Qué suerte...
- ¿Tu crees? 
- Sin ninguna duda. Me gustan los hoteles. No te conocen pero te tratan muy bien, todo está perfecto y siempre es una sorpresa ver la habitación.
- A mi también me gustan. Pero me gustas más tu... - Claudia no supo que decir. Ese carácter tan directo la dejaba absolutamente descolocada. - Y dime, ¿a qué te dedicas, Claudia? 
- Soy diseñadora de bolsos. Tengo una pequeña tienda con mis colecciones. ¿Y tu?
- Yo soy un aburrido empresario. En cambio lo tuyo es muy creativo... Hay que ser una persona con imaginación y buen gusto.
- Bueno, no a todo el mundo le gustan mis bolsos.
- El que llevas es tuyo? 
- Sí.
- ¿Puedo?
- Claro.

Lo cogió con suavidad, lo examinó y lo tocó.

- Es muy bonito, y la piel tiene un tacto muy suave, como tu piel...
- Gracias.
- Claudia... - le puso la mano encima de la rodilla. Ella no le apartó, en realidad estaba encantada de tener su mano encima de ella - ¿te gustan las sorpresas?
- Depende... en general sí.
- Bien. ¿Quieres que te lleve a casa?

Claudia se quedó muda. Por un lado, quería quedarse; sus instintos pedían a gritos más emoción. Pero por otro lado, era mejor conocerlo un poco más. Incluso ese juego era digno de tener más tiempo y alargarlo. Tampoco sabía quién era, ni cómo actuaría. Miedo, sí, entre el nerviosismo había una pizca de miedo que no podía evitar sentir. ¿Pero debía sentir miedo de un chico al que parecían conocer perfectamente en el hotel y que desbordaba educación?

No podía esperar más, tenía que responder. Al final parecería una idiota...


5 comentarios:

  1. que lo haga esperar y que pida otro gintonic , pq veo que esta un poco insegura .

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  2. Essex, me permito el lujo de opinar... Yo creo que debe dejarlo ahí e irse a casa. Y que no la lleve él. Que se coja un taxi.

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  3. Y quien no estaria insegura? pero en realidad aunque no sea lo que hariamos, nos gustaria ir... así que adelante ¿porque no?



    Pija del extrarradio

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  4. Ahora a casa?¿?¿?¿?¿ nooooooooooooooooooyo me quedaria!!! es su fantasia! pero es verdad asi dura mas!

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  5. Que emocion yo me iba y esperaria a la proxima

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