CLAUDIA era una mujer de 28 años con una vida normal. Sus aspiraciones en la vida se habían ido cumpliendo. Ella siempre había querido diseñar bolsos y tras varios estudios y mucho esfuerzo, había llegado a poder tener una tienda propia con beneficios. Se consideraba afortunada, pero también sabía que en la vida no todo era eso.
Claudia era una chica muy guapa. Su amiga Diana siempre se lo decía. Era alta, esbelta, muy bien proporcionada, con unos ojos azules preciosos. "Eres como un ángel", le decía siempre su padre. Pero ella no estaba de acuerdo. Más bien se veía como una cigüeña flacucha y una cara poco especial. A ella le hubiera gustado tener una belleza exótica. Y tampoco veía que los chicos se le acercaran demasiado... Sí que la miraban, pero ella siempre pensaba que tenía algo en la cara o en la ropa.
La vida amorosa de Claudia siempre había sido un poco desastrosa: dos relaciones serias de entre dos y tres años que habían acabado en desengaños dolorosos. Claudia quería encontrar el amor, aunque empezaba a pensar que a lo mejor eso no era para ella. No le gustaba la idea de verse soltera en el futuro, pero ya no confiaba en el amor.
Paul, su primer novio la dejó porque decía que tenía la necesidad de viajar sólo. Ella lo entendió a medias, pero respetó su voluntad. Paul era un bohemio, siempre buscaba trabajo y los que encontraba le duraban poco porque no le llenaban. Pero el último año parecía haber encontrado la felicidad laboral con un trabajo bastante creativo en una revista. Por eso su decisión de largarse la sorprendió. Pero fue inútil razonar con él. La decisión estaba más que tomada. Su sorpresa llegó cuando en el viaje de final de estudios encontró a Paul con una chica en una cena de lo más romántica en Paris. Chica que resultó ser el enlace de Francia de la revista por la que Paul trabajaba. Todo había sido una mentira. ¿Pero desde cuando?
Guillermo fue diferente. Era un chico de ciudad, había estudiado derecho y ya ejercía en un bufete de abogados con renombre. Su carrera era lo primero. Y a ella esto le había ido bien, porque en ese momento también quería prosperar en su empresa y sus proyectos. Tras casi un año soltera, quedó sorprendida por la estabilidad que Guillermo mostraba. Era lo contrario a Paul. Le daba una seguridad que no había conocido. Ella creía que su unión era ideal. Se querían, pero no querían agobiarse. Después de tres años de relación, con lo que parecía un hombre estable, decidieron irse a vivir juntos. Alquilaron un pequeño ático en el centro de la ciudad. Dos habitaciones, un salón pequeño y eso sí, una terraza tan grande como el piso, que fue lo que los hizo decidirse. Ideal para parejas, como dicen en los anuncios
Guillermo tenía comidas y cenas de trabajo. Pero nunca llegaba a casa tarde. Era cariñoso y detallista. De vez en cuando le regalaba flores y pastelitos. Tenía en cuenta estos detalles: sabía que a ella le encantaban los pastelitos originales y de vez en cuando la sorprendía con uno. Todo era maravillosmente estable. Pero un día, al volver de la tienda, Guillermo no estaba. No estaba en el baño, no estaba en el armario,... había dejado de existir.
El piso estaba lleno de huecos, espacios vacíos donde antes habitaba él. No estaban sus perfumes, ni su cepillo de dientes, ni su aftershave. Nada, sólo Claudia. El armario vacío, sin trajes, sin corbatas,... En su mesita de noche, nada. En el comedor ni sus libros, ni sus cd's. Lo único que dejaba una huella de su existencia en ese piso era la ausencia de él. ¿Cómo había podido irse así? ¿Y por qué? Claudia empezó a llorar y no pudo parar en horas. Se sentía mal y muy pequeña. Cuando al final decidió ir a la cocina para beber algo, encontró la nota que Guillermo le había dejado en la nevera: "Me voy. Lo siento Claudia. Eres maravillosa, pero me he enamorado de otra persona. Espero que lo entiendas y que algún día podamos ser amigos. Un beso."
Y nada más. Sólo eso... Llamó a su amiga, Diana y le contó lo sucedido. Diana no tardó en llegar y en dejar verde a Guillermo. Consuelo obligado por lo que ha pasado, pensaba Claudia.
Al cabo de un mes, los vacíos eran los mismos. No había tocado nada. Pero algo cambió en su mirar. Esos vacíos lo decían todo. Él tenía más armario, tenía más espacio en el baño, él tenía su despacho,... Ella no. ¿Cómo no lo había visto? Pero echaba de menos su manera de acariciarla mientras veían la tele, el beso de buenos días,... y de pronto todo aquello era lo que no echaba de menos. Porque se había dado cuenta que aquel con quién ella pensaba que tenía un futuro no la quería. Le gustaba su imagen de pareja en público pero no se había molestado en preguntarle de vez en cuando qué deseaba, cuáles eran sus sueños, sus proyectos... Nada.
Y Claudia decidió cambiar.
Pobre Claudia!
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