jueves, 12 de mayo de 2011

CHA-CHA-CHA

¡Y un-dos-tres-cuatro... y un-dos-tres-cuatro! Cha-cha-cha...

Hace años me dio por aprender bailes de salón. Quine más quien menos, ha hecho alguna clase o curso de baile. Y es que a mi me encanta bailar. Me encanta hacer el payaso en mi casa sin parar, me pongo la música a tope y me descontrolo... Luego me canso más de lo que debiera, y el perro se pone histérico porque no entiende nada y me salta alrededor... Acaba siendo mi pareja de baile.

Pues me está empezando a dar otra vez por bailar... Me gustaría hacer un cursillo de baile con mi príncipe. No para ser la pareja bailarina del momento, nada de eso. Sólo para pasarlo bien y reirnos. Creo que hacer estas actividades une a las parejas y las hace más cómplices. Es como un juego, nada más.

Pues hace años, cuando me apunté a una academia de baile, me encontré con un pequeño problema: no tenía pareja de baile. Pero allí me dijeron que no pasaba nada, que había mucha gente que no tenía pareja y que allí me encontrarían una en su base de datos. Y sí, lo encontraron.

Era un hombre-torre, súper alto. En un principio pensé que o tenía cara de mala persona. Estaba estudiando derecho y quería aprender a bailar. Nada más. Primero estábamos un poco tímidos, normal. Pero poco a poco salió a relucir nuestras personalidades. Lo que pasaba es que tan grande como era el, le costaba coordinarse... Y eso me ponía enferma de narices... Y encima se pensaba que lo hacía muy bien... ¡Qué horror!

Lo peor de todo era el Tango, porque en teoría la mujer debe dejar llevarse por el hombre, y es un baile muy pasional...

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