Muchas son las personas que consideran que en un pueblo se vive mejor que en la ciudad. Pues bien, yo me declaro absolutamente en contra de esta idea y la argumento:
1. No encontramos lo que buscamos. Los pueblos tienen limitaciones. Esto no me lo puede negar nadie. Una cosa es que me digan: encuentro todo lo que necesito. Vale, lo que necesitas para vivir. Muy bien, pero vivimos en un mundo dónde lo superfluo parece necesario. Necesitas un ipad? no, en realidad no. Necesitas un cine? No en realidad no. Necesitas una farmacia a la una de la noche? puede...
Pero aunque pueda parecer que el pueblo te hace libre, a mi parecer te hace más esclavo. Si he llegado tarde porque he estado trabajando o sencillamente me he quedado dormido y quiero pan, en un pueblo, si se me han pasado el horario comercial lo llevas claro... Me gusta tener la libertad de poder comprar pan a la una de la noche en una de esas tiendas que no cierran. Lo mismo con el periódico, un regalo de última hora, etc. Debemos preveer todo lo que suponemos que haremos con antelación, no vaya a ser que nos quedemos sin lo necesario.
2. No pueden existir las urgencias. Una realidad en todos los sentidos. Como tengas prisa por algún motivo serás el histérico de turno. A mi ese sistema no me va... A parte que las urgencias críticas, como ir a por un medicamento en la farmacia puede ser una odisea: ¿estará abierta la farmacia? ¿Hasta dónde tendré que viajar para encontrar una abierta? ¿Dos pueblos más allá?
¿Y eso es vivir tranquilo? No lo entiendo... A mi me estresa solo de pensar en una situación así.
3. Meterse en la vida ajena. Una de las cosas que más me horroriza de los pueblos es la virtud que tienen de meterse en la vida de los otros. Como si unos reporteros de un programa rosa se trataran van hablando, comentando y aumentando los problemas de la vida de la gente. Y si no hay problemas es igual, se lo inventan. El caso es que haya algo de que hablar.
La compra se convierte en un tercer grado: ¿Cómo os va la vida? ¿Cómo es que no viene tu pareja? Uy, haces mala cara... Que luego se traducirá en: “Les va fatal porque no me contó nada, eso es que algo pasa...” o "Uf, ya te digo yo que esos no están bien. Ha venido a comprar tres veces sola..." o "Seguro que está embarazada, te lo digo yo, tenía unas ojeras..."
¡Debes ir con cuidado con todo lo que cuentas! No vaya a ser que no estés perfecta, normal, agradable, simpática y no cuentes ni poco ni demasiado. Y si les cortas, eres una desagradable. Pues sí, sí que hay paz en los pueblos... Y pocas cosas que hacer para tener que buscar historias para poder hablar de algo.
4. Egocentrismo. La gente de pueblo tiene dos malas costumbres: reírse de las actitudes de la gente de ciudad (cuando al cabo de un tiempo hacen lo mismo, como pasó con los teléfonos móviles o Internet) y llamarlos pixapins (meapinos), forasteros en definitiva, cuando muchas veces olvidan que esa gente les da un empuje a los negocios.
Lo que pasa es que se creen de verdad sus mentiras: “la carne es más buena aquí, en la ciudad no vale nada”. Oye, tampoco exageremos. Me estás diciendo que el carnicero del pueblo tiene 150 animales permanentemente y que siempre todo es de su producción y que no compra carne fuera? No me lo creo. Abastecer a tantas personas con un buey no es posible. Elaboración propia vale, pero no todos, y menos cría propia. A parte, una de las mejores carnes que he comido en mi vida fue en un restaurante de una ciudad. Váyanse ustedes a vender este cuento a otro lado por favor.
5. ¡Qué frío por favor! Este apartado no es objetivo, lo sé. Yo tengo mucho frío, muuucho! Y lo paso fatal en los sitios dónde hace tanto frío. Y no entiendo como se puede vivir con las manos congeladas, la nariz roja y los pies como cubitos. Sacar un pie de la cama es ser muy valiente, y ducharse es ser un héroe digno de admirar. Pobres niños de los colegios que sufren esas horas de patio frías y largas. No me extraña que se pasen medio invierno con mocos. Os juro que me pongo capas y capas, y jerseys de lana y todo lo que puedo, pero no hay manera… paso frío. ¿Ellos no? Al menos ponen cara de frío…
Dicho algunos de mis argumentos, he de decir que me gusta el campo, sólo de vez en cuando, en mi idea romántica de chimenea y mantita encima con un perro guapo al lado y un hombre que me masajee los pies mientras leemos un buen libro... Y vosotros, ¿preferís campo o ciudad?