martes, 30 de noviembre de 2010

CUCHICHEOS

Hay muchas actitudes que me sacan de quicio, pero de entre todas, una de las que más me molesta es cuando las personas se dedican a cuchichear  cuando están en grupos. Son personas que no lo hacen una vez y basta, tienen el mal vicio de repetirlo una y otra vez. Es que son así: tanto da que estén en una cena o en una discoteca: se dedican a acercarse unos a los otros y decirse a la oreja algo muuuuy gracioso que provoca una estupida risita entre ell@s.

Mal me pese he de decir que esto es más propio de las mujeres que de los hombres. No puedo decir estás cosas porque me buscaría enemigos allí donde fuere pero me cuesta no decirles: “¿tu, maleducad@, no ves que estás quedando como una criatura?”

Esta manera de actuar como si fueran reinas y reyes del universo, me provoca asco y me crea una imagen que ya no puedo cambiar. Han dejado su tarjeta de presentación. Pero si se vieran con mis ojos… No entiendo qué provoca esa reacción y por qué no se dan cuenta que ello es de una mala educación brutal. Eso sí, pintaditas, con perfume, bien afeitaditos, etc. Toda esta imagen al suelo por tu patética e infantil actuación en público…

Mi problema es que esta actitud infantiloide supera mi capacidad de disimulo y no puedo evitar miarme a esas personas con cara de palo y de asco. Me da igual si se dan cuenta o no: de hecho me gusta si se dan cuenta, a ellos no les ha importado si la gente de su alrededor se ha sentido incómoda. Y lo que más me molesta es cuando alguien me lo hace a mí. Si se me acercan y me cuchichean a la oreja me aparto tan rápido como puedo. En una discoteca no importa tanto, porque entiendo que por el ruido pueden acercarse a comentar cualquier cosa, pero en un restaurante no lo soporto.

De todas formas, normalmente el cuchicheo al que me refiero va acompañado de una miradita de complicidad, no por amistad o amor, sino por falsedad y critiqueo.

Mi mensaje a estas personas es: si os podéis controlar, no seáis tan maleducados por favor, que no cuesta tanto no hacer el ridículo de esta manera.

lunes, 29 de noviembre de 2010

EN EL CAMPO o EN LA CIUDAD (parte I)

Muchas son las personas que consideran que en un pueblo se vive mejor que en la ciudad. Pues bien, yo me declaro absolutamente en contra de esta idea y la argumento:


1. No encontramos lo que buscamos. Los pueblos tienen limitaciones. Esto no me lo puede negar nadie. Una cosa es que me digan: encuentro todo lo que necesito. Vale, lo que necesitas para vivir. Muy bien, pero vivimos en un mundo dónde lo superfluo parece necesario. Necesitas un ipad? no, en realidad no. Necesitas un cine? No en realidad no. Necesitas una farmacia a la una de la noche? puede...

Pero aunque pueda parecer que el pueblo te hace libre, a mi parecer te hace más esclavo. Si he llegado tarde porque he estado trabajando o sencillamente me he quedado dormido y quiero pan, en un pueblo, si se me han pasado el horario comercial lo llevas claro... Me gusta tener la libertad de poder comprar pan a la una de la noche en una de esas tiendas que no cierran. Lo mismo con el periódico, un regalo de última hora, etc. Debemos preveer todo lo que suponemos que haremos con antelación, no vaya a ser que nos quedemos sin lo necesario. 

2. No pueden existir las urgencias. Una realidad en todos los sentidos. Como tengas prisa por algún motivo serás el histérico de turno. A mi ese sistema no me va... A parte que las urgencias críticas, como ir a por un medicamento en la farmacia puede ser una odisea: ¿estará abierta la farmacia? ¿Hasta dónde tendré que viajar para encontrar una abierta? ¿Dos pueblos más allá?
¿Y eso es vivir tranquilo? No lo entiendo... A mi me estresa solo de pensar en una situación así.

3. Meterse en la vida ajena. Una de las cosas que más me horroriza de los pueblos es la virtud que tienen de meterse en la vida de los otros. Como si unos reporteros de un programa rosa se trataran van hablando, comentando y aumentando los problemas de la vida de la gente. Y si no hay problemas es igual, se lo inventan. El caso es que haya algo de que hablar.

La compra se convierte en un tercer grado: ¿Cómo os va la vida? ¿Cómo es que no viene tu pareja? Uy, haces mala cara... Que luego se traducirá en: “Les va fatal porque no me contó nada, eso es que algo pasa...” o "Uf, ya te digo yo que esos no están bien. Ha venido a comprar tres veces sola..." o "Seguro que está embarazada, te lo digo yo, tenía unas ojeras..."

¡Debes ir con cuidado con todo lo que cuentas! No vaya a ser que no estés perfecta, normal, agradable, simpática y no cuentes ni poco ni demasiado. Y si les cortas, eres una desagradable. Pues sí, sí que hay paz en los pueblos... Y pocas cosas que hacer para tener que buscar historias para poder hablar de algo.

4. Egocentrismo. La gente de pueblo tiene dos malas costumbres: reírse de las actitudes de la gente de ciudad (cuando al cabo de un tiempo hacen lo mismo, como pasó con los teléfonos móviles o Internet) y llamarlos pixapins (meapinos), forasteros en definitiva, cuando muchas veces olvidan que esa gente les da un empuje a los negocios. 

Lo que pasa es que se creen de verdad sus mentiras: “la carne es más buena aquí, en la ciudad no vale nada”. Oye, tampoco exageremos. Me estás diciendo que el carnicero del pueblo tiene 150 animales permanentemente y que siempre todo es de su producción y que no compra carne fuera? No me lo creo. Abastecer a tantas personas con un buey no es posible. Elaboración propia vale, pero no todos, y menos cría propia. A parte, una de las mejores carnes que he comido en mi vida fue en un restaurante de una ciudad. Váyanse ustedes a vender este cuento a otro lado por favor.

5. ¡Qué frío por favor! Este apartado no es objetivo, lo sé. Yo tengo mucho frío, muuucho! Y lo paso fatal en los sitios dónde hace tanto frío. Y no entiendo como se puede vivir con las manos congeladas, la nariz roja y los pies como cubitos. Sacar un pie de la cama es ser muy valiente, y ducharse es ser un héroe digno de admirar. Pobres niños de los colegios que sufren esas horas de patio frías y largas. No me extraña que se pasen medio invierno con mocos. Os juro que me pongo capas y capas, y jerseys de lana y todo lo que puedo, pero no hay manera… paso frío. ¿Ellos no? Al menos ponen cara de frío…

Dicho algunos de mis argumentos, he de decir que me gusta el campo, sólo de vez en cuando, en mi idea romántica de chimenea y mantita encima con un perro guapo al lado y un hombre que me masajee los pies mientras leemos un buen libro... Y vosotros, ¿preferís campo o ciudad?

viernes, 26 de noviembre de 2010

ME ATIENDEN A MI, GRACIAS

Hoy he ido a comprar en Sephora un regalito para mi sobrina. He estado un buen rato mirando y entonces ha llegado una amable señorita para pedirme si necesitaba ayuda. Después de contarle lo que buscaba, me ha enseñado todo de cositas y cositas (por cierto me hubiera llevado media tienda) hasta que he dado con lo que quería.

¿Os podéis creer que a lo largo de este proceso nos han interrumpido tres veces? Por qué sí, porque a la señora X le apetece preguntarle a la señorita del Sephora lo que sea: “¿Oye, esto cuánto vale?” “¿Sabes si esta crema está en otro tamaño?” “¿Me puedes decir qué diferencia hay entre este producto y el otro?”

Pero bueno, ¿no ves que me están atendiendo a mí? ¿No ves que estamos hablando, intentando mantener una conversación o que estoy pagando? No puedo entender a la gente… ¿Qué clase de egocentrismo lleva a ir por el mundo pensando que vas sólo? ¡La gente ha esperado su turno! Y estoy más que segura que si se lo hicieran a estas mismas personas, se enfadarían.

No lo entiendo. Y lo peor de la vida es cuando la pobre señorita de las tiendas les tiene que decir: “¿Puede esperar un momento por favor? Ahora la atiendo, es que estoy con esta señorita.” Que vergüenza pasaría yo si me dijeran estas palabras…

Pero esta clase de personas no siente vergüenza, sencillamente hacen lo que quieren. Les da igual el resto. Y no me digáis que soy exagerada, porque si aplicamos el mismo patrón en la cola del supermercado, tod@s estaréis de acuerdo en que no es normal que estéis haciendo cola y una persona decida pasar delante sin más motivo que su propia decisión.

Pero aún existe una situación peor: cuando la señorita que te atendía decide hacerle caso a la persona intrusa pasando de ti completamente. Es decir: le importa muy poco tu tiempo y la otra persona parece tener algo que la hace más importante para decidir que es de vital importancia dedicarse a ella en lugar de a ti.

Cuando me ha pasado esto (un par o tres de ocasiones en mi vida) me he acercado con tranquilidad a la señorita de la tienda y las he interrumpido: “¿Perdone, hay algún motivo por el cual usted ha decidido dejar de atenderme y dar prioridad a está persona mal educada?” Siempre viene un silencio y luego un “no hay para tanto, era sólo un momento, no se ponga así, etc.”

O sea, que al final, en su egocéntrico y limitado punto de vista, yo soy la mal educada.